lunes, 27 de julio de 2020

Los cuentos de Eros: Met-Amor-Fosis

                                                                     Imagen de abrazarlavida.com.ar


               La ciudad es mundo interesante, luces, autos que van y vienen, edificios que se levantan como enormes moles de concreto desafiando el cielo. La gente corre sin tiempo que perder para dirigirse a sus trabajos, sus centros de estudio o simplemente hacer compras y demás actividades.

              Trabajaba yo en un almacén de una importante familia alemana del país. Las ventas habían crecido y los planes de expansión eran inminentes, se requería más personal y afuera en una de las ventanas se había colocado un rótulo amarillo con letras negras, con la exquisita caligrafía de mi jefa, cuyo nombre era Gretchen pero todos la llamábamos Grettel.

              Durante los días siguientes se apersonó muchísima gente, del norte, del sur, del este y del oeste de la ciudad, un verdadero semillero de talento a escoger. Era mediodía del miércoles y aún faltaba dos días para mi fin de semana. Me encontraba acomodando latas del delicioso chocolate Ovaltine, su hermosa lata de color naranja y la imagen la chica sosteniendo una taza de la bebida, me tenía absorto en un sueño, de pronto sentí una mano que me tocó el hombro.

-¿Alex puedes recibir los papeles de los últimos candidatos a las vacantes?

              Era Grettel, me miraba con sus profundos ojos celestes. los miércoles salía por lo general a reuniones de una sociedad bancaria con su padre Adler y yo quedaba a cargo del almacén.

              La tarde transcurrió tranquila, sellando papeles, recibiendo documentos, haciendo preguntas básicas ¿Dónde vive? ¿Cuál es su experiencia? ¿Porqué desea formar parte de Almacén Spiegel?, hasta que de pronto por la puerta entró una chica a lo sumo de unos 20 años. No vestía como lo hacen las mujeres de la capital, al acercarse y sentarse en la silla frente a mí su negro cabello se sacudió y el olor a leña confirmó que venía de muy lejos.

-Permítame sus documentos.

-Sí señor, aquí los tiene. (¿Señor? si acababa de cumplir mis veinticinco años el mes pasado, ha de ser por puro formalismo, me dije)

              Mientras sacaba de un viejo sobre de manila amarillo, no pude evitar mirarla, 
su rostro tenía un hermoso perfil angular, sos ojos eran castaños y grandes, los labios competían en intensidad con el rubí, sus cejas eran arcos vírgenes a la pinza, lo mismo que sus pestañas al encrespador.

-Muy bien señorita López. Le estaremos llamando.

             Sonrió al tiempo que se levantaba de la silla, su pantalón de army dejó entrever de manera fugaz una hermosa silueta.

               El lunes siguiente me encontraba de  nuevo ordenando las latas de Ovaltine, soñando con la chica de la taza de chocolate, cuando de nuevo volví a sentir una mano tocando mi hombro.

-Alex mira, ella es Diana López y es desde hoy parte de nuestra familia del almacén.

-Hola Diana. Sonreí lo mejor que pude, no sin antes percibir nuevamente el olor de la leña en su cabello, vestida en su uniforme el cual le quedaba muy abombachado y flojo.

               Diana miraba todo alrededor, me esbozó una sonrisa que en ese momento  la sentí extraña. De por sí las chicas cuyo cabello huele a humo no eran mi tipo, me repetía a mí mismo.

               Transcurrieron los días, yo seguía en mi ir y venir, apoyaba ahora a Grettel con la contabilidad del almacén. Nuevamente tenía que ir a rellenar mis queridas latas de Ovaltine. De pronto, caminando hacia el pasillo, una llegó rodando a mis pies, ¡alguien había invadido mi territorio!. Avancé rápidamente no sin antes sentir un aire a leña alrededor. Miré despacio hacia la góndola...

-¡Lo sabía, Diana!

              Me acerqué lentamente por detrás de ella, que seguía acomodando las latas de chocolate y contemplando, como yo lo suelo hacer, la imagen del envase.

-Es una chica bonita, ¿cierto?. Diana se sobresaltó al oír mi voz, volteó para mirarme desde abajo, sentada sobre la caja.

-En realidad nunca he probado algo así...

               Ella siguió con lo suyo como si yo no existiera, de pronto sentí que el olor a leña ya no me molestaba tanto, podía ver como de sus ojos brotaban un par de lágrimas, en ese momento solo pude poner una mano sobre su espalda.

-Alex ¿porqué ellas me tratan tan mal? . Me dijo señalando con la cabeza donde se encontraba otro de grupo de chicas que en el almacén les decíamos "las divas" por su forma de vestir y maquillarse. Las divas se habían encargado de hacer de la llegada de Diana, un infierno, habían sacado y anotado en una lista hasta su último defecto y a la hora del almuerzo ninguna compartía con ella en la mesa.

-Diana, eres nueva,- le dije. La ciudad puede darte cosas dulces pero también tragos amargos. Haz oídos sordos y pronto dejarán de molestarte. Me encargaré de mostrar para tí, lo mejor de la ciudad.

               No podía evitar sentir algo de compasión por ella, lejos de su familia, en un ambiente diferente y recibida de no muy buena forma.

-Hagamos algo, te veo a la salida y te enseñaré algunos lugares mágicos de este lugar.

-¿En serio? pero yo...

-¡Pero nada! te veo al salir del almacén.

                Con su mano izquierda secó sus lágrimas, se levantó y sonrió. Pude contemplar que me siguió con su mirada hasta que me perdió de vista.

                 Fue extraño, a partir de ese día, al salir del almacén íbamos a varios lugares de la ciudad como teatros, cines, quedó maravillada con la visita al museo, con el sabor de crepas con helados y fresas y siempre terminábamos despidiéndonos en la esquina del parque de la ciudad ella vivía dos calles al sur y yo cuatro hacia el oeste.

                Cuanto mas pasaban los días el olor a leña se iba disipando o quizá me estaba acostumbrando, Diana llegó a dar un matiz muy diferente a mi estructurada vida, todo le sorprendía, se maravillaba por lo simple, por las cosas que para mi asombro no las encontraba fascinantes, empecé a redescubrirme.

             Una mañana de viernes, Diana no llegó a trabajar, había dicho a Grettel por teléfono que se había golpeado el tobillo bajando las escaleras de su departamento por lo que tendría reposo casi todo el fin de semana.

               El grupo de Las divas, aprovechando la ausencia de Diana, contaron las mas inverosímiles historias de amor entre Diana y yo, al pasar al lado de ellas guiñaban sus ojos y me lanzaban besos sarcásticos, lo cuales ignoraba fríamente.

               Esa tarde de viernes caminé hasta el apartamento de Diana, llevaba en mis manos un tarro de chocolate Ovaltine y un girasol que había comprado en el parque, pensando que la animaría. En pocos minutos logré llegar al lugar y una casera en muy mal modo me recibió.

-¡Ah si, la pueblerina! Vive en el número diecisiete.

               El corazón me palpitaba, no entendía porqué. Los números en las puertas avanzaban a mi paso, doce, trece, catorce...mi pecho se comprimía, el aire me faltaba y las rodillas se doblaban. Llegué a la puerta del departamento diecisiete y toqué a la puerta.

-¡Alex!

              Diana estaba frente a mí, sus ojos brillaban de sorpresa, vestía un pantaloncillo de color azul y una blusa amarilla holgada. Su cabello estaba amarrado en una trenza larga  y su tobillo estaba vendado.

-Hola Diana, quería saber como seguías y te traje esto. 

              La flor iluminó su rostro, el fulgor de su mirada competía con los dorados pétalos del girasol, la lata de chocolate la abrió de inmediato para percibir su olor. Me invitó a pasar y adentro el tiempo se detuvo.

              La puerta se cerró tras de nosotros y un silencio se  apoderó del aposento, no escuchábamos nada, o al menos ambos negábamos escuchar el ruido exterior, los ojos del uno se toparon con el otro. Por inercia y consideración al pie de Diana, la abracé por la cintura y fue el chispazo de partida que perpetuó el encuentro de sus labios con los míos, el ritmo de ambos corazones encontraron una colosal sincronía y la respiración de los dos se entrecortaba.

              Por la ventana se veía los últimos destellos de sol iluminando su sala, esa misma donde estábamos de pie, donde mis manos habíanse refugiado bajo su blusa y acariciaban suavemente su espalda para ascender rápidamente retirando la prenda de ella y dejándola caer al suelo. Al lado de ésta, caía mi camisa.

              Frente a  mi estaba dando inicio una maravillosa metamorfosis, aquella chica de ropa abombachada y floja escondía una hermosa silueta, cual mapa hacia un tesoro. Mis dedos palpaban suavemente su espalda y convergieron en su cintura donde el pantaloncillo cayó al cálido piso de madera casi mas por gravedad que por las manos, en su esplendor una hermosa mariposa salía de su pupa.

               Extasiado, tragando grueso contemplaba a Diana frente a mi, ambos en ropa interior, ella abriéndose cual flor al amanecer, yo como el jardinero cuidandola con delicadeza. La fusión de almas y cuerpos estaba por completarse, los besos se volvieron mas intensos y mas distantes de la boca, Diana tenía sus ojos cerrados y mi mis labios podían saborear la piel de su espalda y su vientre, un hormigueo intenso se apoderaba entre sus piernas y sus senos aprisionados por mis manos, las cuales tropezaron con el tarro de chocolate y comenzaron a untar su piel y mi cuerpo con el sabor del cacao azucarado, los besos iban y venían cargados de dulzura.

              La noche ya había caído, la luna asomaba entrometida por una de las ventanas, como queriendo no perderse el tributo a Eros, dos cuerpos desnudos, moviéndose al unísono compás, la inocencia de Diana y la iniciativa de él fundidas un cuerpo dentro de otro. Las uñas de Diana rasgaban suavemente la espalda de Alex en su punto mas alto. La trenza habíase soltado y escurría sobre su espalda y sobre el pecho de él, ambos en el suelo ella encima lo aprisionaba dentro suyo y con sus manos, los cabellos negros caían en la cara de Alex y el olor a leña se volvió mas agradable que nunca.

-Sabes como el mar- dijo ella

-Y tu como el bosque- le repliqué

               Ella sonrió respirando con dificultad, de mi mano la tomé y fuimos  a la ducha, enjugué sus cabellos con un jabón que tenía en la repisa, mis manos cubrieron su cuerpo de espuma, exploré cada uno de sus rincones mientras la enjabonaba, sus manos estaban contra la pared , sus piernas en un magnifico ángulo y su cabeza echada hacia atrás con sus mechones escurriendo agua por la espalda.

              La sensación mis manos resbalosas recorriendo de arriba a bajo sus costillas y sus senos en un cálido masaje, hicieron que ambos unidos por nuestros vientres perdiéramos la noción del tiempo, en tanto la ducha escurría su agua tibia sobre nuestros  cuerpos.

               En lo más alto del cielo, mas allá de la medianoche, Diana y yo nos vestíamos ligeramente, ella con ropa interior alta, conservadora, lisa, pero que realzaba su cadera, su hermoso pubis y cuyo borde llegaba al oasis de su ombligo, mismo que había bordeado con besos infinitamente esa noche. Sus senos estaban al abrigo de la blusa bombacha amarilla, firmes, aún endurecidos de placer y sensibles al roce de la tela.

              Nos acostamos en un camastro que si bien era amplio para los dos, tenía un colchón algo duro, las luces se apagaron y con ellas un beso y un abrazo juntos bajo las cobijas. Serían las tres de la mañana y yo la contemplaba, incrédulo, la chica a la que molestaban por su forma de vestir, de la que se reían por su origen y de la que me molestaba su olor a leña, resultó ser un chispazo, un complemento, una maravillosa persona que días atrás había compartido conmigo infinidad de lugares y aventuras, que me había confiado su alma entera y que esa noche la había fusionado con la mía con nuestros cuerpos.

             Durante una hora miré sus piernas torneadas, con algunas laceraciones, quizá por la vida de campo, su trasero hasta donde me permitía la blusa amarilla, la abracé fuerte, la besé y sentí sus manos apretar con fuerza las mías, sentí su voz esbozar algunas palabras hermosas, sentí su corazón abrirse como nunca. Los dos olíamos a chocolate, a leña, los dos olíamos a jabón.

¡La metamorfosis se había completado!. 



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